Rafa del Valle había sido galán y también malandro. Prefirió siempre el puñal a la pistola, tocaba boleros con su guitarra y decía que Caracas era una ciudad con doble personalidad. Cada viernes se iba descalzo hasta Chacaito, fumando su tabaco, entre flores de indolencia y esperando la noche. Allí encontraba una Paz sin sentido, sentado en un banco. Yuruani ya está grande, y siempre recuerda cuando su papa llegaba borracho, golpeado en nuevo combate. Le gustaba resistir, perdurar. Yuruani viene con sus amigas por el ancho bulevar, y lo recuerda con amor.
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