¿Sí eso te molesta tanto, por qué no la dejas?, preguntó al notar lo alterado que estaba su amigo. Le había contado lo extraña que era. Su cuerpo, era como un fresco jardín, un cielo rozado por las colinas de su tosca feminidad. Cuando llegaba del trabajo era insoportable, sus palabras se tornaban escándalo y hasta su sonrisa dibujaba hostilidad. Su desorden, cínico, la abandonaba solo después del baño, y solo entonces recibía sus labios carnosos, su nobleza guerrera, su calor inagotable. Era mi protectora, mi mujer, mi amante salvaje, una virgen piadosa; así es Caracas, y la amo.
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